lunes, 18 de mayo de 2009

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Tras Revolución Francesa se desencadenan una serie de cambios culturales e intelectuales, en paralelo con las transformaciones sociales y políticas de la revolución burguesa y las económicas de la revolución industrial, que se van a reflejar en los movimientos artísticos siglo XIX.

Los estilos del siglo XVIII, el neoclasicismo y el rococó, simultáneos al prerromanticismo, dieron paso a partir de 1815 (Congreso de Viena, derrota de Napoleón en la batalla de Waterloo y Restauración absolutista) al movimiento romántico, expresado en pintura con el impactante La balsa de la Medusa de Gericault, que rompe con las convenciones estéticas del buen gusto académico al presentar en primer plano cadáveres putrefactos de los que se alimentan unos desesperados náufragos. Delacroix fijará icónicamente el protagonismo de las masas en la historia con su La Libertad guiando al pueblo donde refleja las barricadas de las tres gloriosas jornadas de la revolución de 1830 en París. Por su parte, Turner y William Blake realizan su propia renovación de la tradición pictórica inglesa, y Caspar David Friedrich de la alemana.

Las artes y los artistas se pretenden liberar de las formas y los modelos clásicos para lograr un arte más espontáneo, vivo y personal. El artista busca su clientela en un público burgués que sancionará su éxito con la demanda de su obra en un mercado de arte cada vez más animado; y ya no tanto en los patrones tradicionales (nobleza, clero, monarquía).

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